La noción milenaria del binarismo de género, que es claramente ideológica y no corresponde a la realidad objetiva, debe sustituirse por un no-binarismo realista, que puede expresarse como conjuntos difusos de género, formados por afirmaciones personales de identidades difusas. Una identidad difusa no se define por un sí o no, sino por un más o menos, desarrollado según una lógica informal o difusa.
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miércoles, 2 de diciembre de 2009

Subjetivación



Por Kim Pérez


El no-binarismo de género muestra una gran potencia para la subjetivación.

O quizás mejor, se puede decir que la subjetivación conduce al no-binarismo de género.

Entiendo por subjetivación la conciencia nítida de que yo soy yo, sujeto del pensamiento distinto del objeto que pienso, distinta de mis circunstancias, incluso las de sexo, incluso las corporales.

Es una experiencia o una intuición, no un concepto o abstracción; su gran fuerza vital no requiere un gran proceso educativo, sino que suele darse en la niñez o en la adolescencia, con formas como “yo estoy aquí”, o “yo tengo ahora mismo diez años”, o “éstas son mis manos”, o “ésta es mi familia; ¿por qué?”
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No se da espontáneamente en todas las personas, como he podido comprobar preguntando, pero en las que se ha dado, es un recuerdo muy preciso, del que se puede detallar el momento, el cómo y el dónde. Como todas las intuiciones, es un descubrimiento repentino.

No es difícil que de esta subjetivación se pase a cuestionar las propias circunstancias y, entre ellas, las de género. Es un distanciamiento entre mí, recién descubierta, y lo mío o lo que me circunda, por lo que pone la base intelectual para este cuestionamiento.

Es verdad que me aísla dentro de mí, pero le da a todas mis acciones, mis decisiones, mis preferencias, la base más fuerte: proceden de mí.

En definitiva, esto confirma que yo soy radicalmente otra respecto a lo otro y los otros, y compruebo que en el fondo soy radicalmente yo, originaria, profundamente incomunicable, inaccesible.

Mi experiencia básica soy yo y todo procede de mí, según criterios en gran parte intuitivos y sólo en parte explicables: “lo prefiero así”, “me gusta”, “no me gusta”.

Siendo el género entonces, no el sometimiento a regulaciones exteriores, sino la expresión de las fundamentales intuiciones sexuales interiores, esto hace que eluda cualquier disciplina externa, cualquier sometimiento a cualquier código de género, y que en cierto modo, mi género sea radicalmente mío, por las razones que sólo yo sé, hasta el punto de poder generalizar la fórmula “una persona, un género”, expresión del no-binarismo radical.

Bien es verdad que esta extrema diferenciación se atenúa por la conciencia de las afinidades, palabra que empleo en el sentido preciso de similitudes y coincidencia de voluntades. No se trata de igualdades ni de uniformidades, sino de la percepción práctica de que otras subjetividades muestran actitudes similares a la mía, mientras que unas terceras son muy diferentes, atractivas o repulsivas.

La subjetivación supera cualquier desviación individualista o separatista en cuanto percibo que me deja como conciencia desnuda, igual a la de cualquier otro ser humano. No son esencialmente mías mis circunstancias, son distintos de mí mi aspecto, mi edad, mi clase, mi nacionalidad, mi educación, mi sexo... Los seres humanos aparecemos como un coro de conciencias desnudas, frecuentemente sometidas a circunstancias dolorosas. Una profunda solidaridad, basada en la propia experiencia, se eleva en ese momento.