La noción milenaria del binarismo de género, que es claramente ideológica y no corresponde a la realidad objetiva, debe sustituirse por un no-binarismo realista, que puede expresarse como conjuntos difusos de género, formados por afirmaciones personales de identidades difusas. Una identidad difusa no se define por un sí o no, sino por un más o menos, desarrollado según una lógica informal o difusa.
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miércoles, 5 de agosto de 2009

Realidad no binaria, conjuntos difusos

Por Kim Pérez

Consigo de Wikipedia la información contenida en estos dos primeros párrafos: Los conjuntos difusos son un concepto de Lotfi A. Zadeh, publicado en 1965, que se refiere a realidades que se pueden agrupar sobre un criterio de más o menos y no de sí o no.

La lógica que se desarrolla a partir de este concepto es una lógica multivaluada, en la que hay muchos valores de verdad, mientras que la lógica que se desarrolla a partir del concepto binario de sí o no (o 1,0) es una lógica bivaluada.

No es que la primera sea verdadera y la segunda falsa. Es que la primera es aplicable para ciertas realidades y la segunda para otras.
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Por ejemplo, si clasificamos los paisajes que conocemos según su belleza o su fealdad, estaremos situándolos en conjuntos difusos de bellísimos, muy bellos, bellos, corrientes, feos, muy feos, feísimos. No es una operación mental puramente subjetiva ni especulativa: sobre ella se montan de hecho estrategias de viajes, desde los tiempos del Grand Tour de los ingleses, que tienen las consecuencias económicas que conocemos.

Por otra parte, toda la informática está fundada sobre un sistema binario de 1,0, o de lógica bivaluada, cuyos valores de sí o no resultan imprescindibles para conseguir los propósitos a los que responden los ordenadores.

El binarismo no es por tanto el uso de la lógica binaria, sino la pretensión de tratar binariamente realidades que no lo son ni lo pueden ser conceptualmente.

Pero la distinción entre binario y difuso no es binaria. Quiero decir que no hay sólo realidades binarias y realidades difusas. Hay realidades no binarias que no son difusas, y cuando se está en una práctica no binarista hace falta distinguir entre unas y otras. Es preciso tomar en consideración lo no binario, pero no difuso, y lo no binario y difuso como lo que son.

Partimos de que la lógica binaria aparece a nuestros ojos con un prestigio y una radicalidad que nos incita a querer que sea binario lo que no lo es. Queremos que haya una belleza (1) y una fealdad (0), un bien (1) y un mal (0), al que coherentemente se ha definido como “la falta de bien”, pero sabemos que en estas realidades existe verdaderamente una amplia zona de grisuras.

Lo mismo se puede decir de la pretensión de que sólo existan hombres y mujeres. Pero esta frase es binaria (1,0) si partimos de una definición rigurosa, por ejemplo basada sobre el sexo cromosómico: ¿Es persona XY? Entonces, contamos el valor sí; ¿no es persona XY? Entonces, contamos el valor no. También podemos hacer la misma operación con las personas XX.

Encontramos entonces la definición de hombre como no XX y la de mujer como no XY. Pero la frase que consideramos empieza diciendo “sólo”, es decir, que supone que “todos los humanos somos XX o XY”, lo que sabemos empíricamente que es falso, puesto que existen personas que no son XX ni XY. Por tanto, el sexo cromosómico no es una realidad binaria y empeñarse en que lo sea es binarista. Más adelante veremos que el sexo cromosómico, no siendo una realidad binaria, tampoco es difusa.

Lo mismo, o más, sucede si usamos otro criterio para definir hombre y mujer, por ejemplo, la forma de la región genital, en la que nos encontramos todas las variaciones de la intersexualidad en una proporción relativamente elevada, de alrededor de un 2% de los nacidos. La realidad es por tanto no binaria, y la negación de la realidad conduce por ejemplo a imponer reasignaciones quirúrgicas para ajustar a la persona intersexo a los dos únicos conjuntos supuestamente existentes.

En cambio, alcanzamos lo no binario o difuso cuando se trata del género como conducta, y se trata de definir lo masculino y lo femenino. Sabemos que esto, que a simple vista resulta inasible, se convierte en los sistemas binaristas necesariamente en un Código de Género autoritario, puesto que no corresponde a la realidad y sólo se puede imponer por miedo, que de hecho, y de manera no escrita, enumera cuidadosamente las profesiones, conductas, ropas, arreglos, gestos, posturas, maneras de hablar, etc. que se consideran masculinas o femeninas, e impone a quien lo contravenga penas que van desde la irrisión pública al destierro familiar, la pérdida de empleo, la cárcel o la de muerte, impuesta por linchamiento o crimen de odio, o por ley escrita.

Mientras que la estructura no binaria y no difusa, en el dominio somático, es cuestión de mayorías/minorías, en el terreno del género la estructura no binaria y difusa afecta a todas las personas, como una liberación de la falsedad, puesto que en un sistema binarista todas se ven obligadas a ceñirse a los preceptos del Código de Género binarista, unas convirtiéndose en opresores, incluso contra su voluntad, y otras en oprimidas, incluso aunque no lo sepan.

La cuestión del no binarismo de género no es por tanto cuestión de mayorías/minorías, sino de humanidad. Para convencerse, basta con retroceder con la ayuda del cine a una de las épocas más rigurosamente binaristas, la de los años cincuenta, y examinar cómo nos ajustaríamos personalmente a los dos modelos de vida extremados que se proponían con valor moral.

Puesto que la realidad sexual y de género no es binaria, cabe preguntarse por qué no forma un continuo indiferenciado, un más o menos infinitamente gradual, sino conjuntos o núcleos.

En parte es por razones objetivas, según el elemento definidor que usemos. Existen verdaderamente conjuntos de personas XY, o de personas XX, o de personas X0, o de personas XXY, etcétera. No hay un continuo de más o menos, sino de diferencias cualitativas. En este caso hay que hablar de una realidad que no es binaria, pero tampoco difusa.

La realidad difusa se encuentra cuando se puede definir por un más o menos, y esto es lo que ocurre precisamente con el género, en el que las conductas se pueden definir fácilmente con un más o menos masculinas o femeninas (hay un verdadero continuo que va de lo extremadamente masculino a lo extremadamente femenino) y hay una amplia zona más o menos indefinida entre los dos extremos.

En esta realidad es donde podemos preguntarnos por qué se forman conjuntos difusos y cuál es el mecanismo que los forma. Es decir, por qué no nos limitamos a pensar que soy más o menos masculina/femenina dentro de un solo conjunto en el que todos sus integrantes se definen lo mismo, en una serie infinitamente graduada y por tanto no significativa de diferencias cualitativas.

Aventuro como respuesta que es una cuestión en la que las diferencias cualitativas somáticas que hemos visto se doblan por formas de consciencia o identidades. Se trata de núcleos de consciencia que, por la misma naturaleza de la consciencia, se forman difusamente.

Por ejemplo, la cualidad XX se reviste de una multitud de formas de consciencia. Estas formas de consciencia, semejantes en muchas personas, forman el concepto difuso Mujer, que hay que distinguir de la cualidad XX. Efectivamente, hay personas XX cuya consciencia de sí o identidad se forma separándose del concepto Mujer por una gran diversaidad de razones e incluso hay personas XY que en cambio se integran en el concepto Mujer por otra gran cantidad de razones.

Por tanto, se observa que el concepto Mujer no tiene que ver con la biología, por lo que carecen de valor los reduccionismos biologistas a efectos de quién es Mujer y quién no; es un hecho de consciencia o de identidad, y como tal, es un hecho que forma un conjunto difuso, puesto que hay muchas personas que se definen identitariamente como mujeres, pero poco, etcétera.

Entonces es la consciencia o identidad la que define otros conceptos o conjuntos difusos. Puede haber un concepto de Intersexo en el que se agrupen quienes cualitativamente sean distintos cromosómica o fenotípicamente o incluso cerebralmente de la mayoría de las personas que se afirman como Hombres o como Mujeres. Puede haber un concepto de Transexual, en el que se integren quienes se identifiquen como Transexuales, y no como Hombres o Mujeres (aunque pueda haber otras personas en las mismas circunstancias que se identifiquen como Hombres o Mujeres). O puede no haber conceptos Intersexo o Transexual, y formarse otros, como el concepto Queer, que aglutina a las personas de otra manera, tan inclusivo potencialmente que cualquiera puede incorporarse a él como “raro”.

Etcétera. Estamos en el terreno de las identidades, de las formas de consciencia, que pueden apoyarse o no en determinadas cualidades somáticas, pero que son de por sí variables y fluidas, aunque forman esas agrupaciones circunstanciales a las que llamamos conjuntos difusos de género.

Y sin embargo, como formas de consciencia son capitales, por cuanto el ser humano se puede definir específicamente como una forma de consciencia. Sólo que es útil tener presente el carácter difuso y fluido de las formas de consciencia relacionadas con el género.