Por Pablo Vergara
Está generalmente aceptado que el sexo está compuesto por una serie de rasgos diferentes. Estos rasgos son los siguientes:
- Sexo biológico, que a su vez se descompone en:
1. Sexo genético.
2. Sexo gonadal.
3. Sexo genital.
4. Sexo hormonal.
5. Sexo fenotípico.
- Sexo psicosocial: depende a su vez de los siguientes factores:
6. Sexo social.
7. Sexo psíquico.
Los rasgos que se tienen en cuenta no son siempre los mismos. A veces el rasgo “sexo hormonal” desaparece de la lista, en otras ocasiones aparece también el rasgo “sexo legal”, o el sexo psicosocial aparece agrupado en un solo rasgo. La diferencia entre aplicar un criterio u otro, al menos en lo que a este texto concierne, es irrelevante.
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Construcción matemática tradicional del género. El álgebra de Boole
El género, visto de la manera tradicional, puede contemplarse como una variable lógica. Las variables lógicas son aquellas que tan sólo admiten dos valores: verdadero o falso, abierto o cerrado, 0 y 1, hombre y mujer.
Entonces ¿Cómo es posible que a algo que tiene 6 ó 7 factores lo englobemos tan solo en dos categorías? La explicación es que estamos utilizando la lógica booleana.
La lógica booleana permite trabajar con proposiciones sencillas, cuya respuesta sea sí/no. Según Boole, estas proposiciones pueden ser representadas mediante símbolos, y al hacer esto, podríamos trabajar con las variables intervinientes (entradas) y los resultados obtenidos (salidas).
Por ejemplo, podemos decidir que una persona será mujer u hombre cuando cuatro de los siete rasgos que manejamos coincidan. En caso de que hubiesen rasgos intermedios (por ejemplo, personas intersexuales), se decidirá sopesando de la misma forma los subrasgos hasta obtener un valor u otro.
Los resultados se podrían expresar más o menos así:
1111111 1 -> Mujer típica.
0000000 0 -> Hombre típico.
1111110 1 -> A pesar de que la persona se considera hombre, todos los demás rasgos son femeninos, así que es mujer.
0000001 0 -> Caso contrario al anterior.
1000000 0 -> Intersexualidad.
0001101 0 -> Intersexualidad con una autopercepción de uno mismo contraria a la asignada…
Y muchas más combinaciones.
El sistema tiene una gran ventaja: da respuesta a todo tipo de combinaciones, todo el mundo tiene cabida. Pero tiene tres desventajas
1) Es posible que se asigne a una persona al conjunto que no desea. Es decir, el sexo asignado no concuerda con el sexo psicológico o psicosocial. En estos casos, la respuesta que el sistema proporciona viene a ser: confórmate con lo que se te ha dado. No parece una solución muy justa, pero no hay otra.
2) La lógica funciona en un solo sentido. Es posible deducir una salida a partir de varias entradas, pero no es posible deducir cuales eran las entradas a partir de la salida. Por eso se presupone que la persona que finalmente ha sido asignada como 1, tiene 1 en todos los rasgos que configuran el género porque esto es lo normal. Cuando se descubre que esto no ocurre, la respuesta del sistema es: actuemos como si ocurriese. No existen herramientas para actuar de otra forma.
3) No existe consenso para definir como interpretar las entradas. De modo que, a iguales entradas, tendremos una salida distinta. Por ejemplo, algunas personas pueden opinar que el resultado se identifica con el factor “sexo genético” únicamente, de la siguiente forma:
1000000 1
1011111 1
1101111 1
…y así sucesivamente.
Sin embargo otras opinarán que el resultado se identifica únicamente con el factor “sexo psicológico”, de la siguiente forma:
1000000 0
1011111 1
1101111 1
Etc…
Ni siquiera el propio sistema tiene una respuesta ante este hecho, y por eso, constantemente se generan debates sobre lo que es una mujer, lo que es un hombre, y las diferencias entre ambos. Esto, que parece tan claro y obvio para todos, al final está profundamente ligado a la lógica que cada cual aplica sobre los mismos valores, y que en ningún modo constituye una lógica universal.
Construcción del género utilizando el modelo de los conjuntos difusos
El modelo matemático de conjuntos difusos se emplea a la hora de categorizar variables lingüísticas a las que no se puede aplicar un valor absoluto. Por ejemplo “poco”, “mucho”, “alto” o “bajo” son conceptos a los que no se les puede dar un valor absoluto. Un hombre que mida 1’80 cm se considerará “alto”, pero si se hace una foto rodeado por los jugadores de la selección española de baloncesto, resultará “bajo”.
Los conjuntos difusos presentan una gran novedad respecto a los conjuntos tradicionales. Mientras que todos los elementos de un conjunto tradicional pertenecen a dicho conjunto en la misma medida, los elementos del conjunto difuso pertenecen al mismo en distintas medidas. Es más, puede darse el caso de que un elemento pertenezca y no pertenezca al conjunto en la misma medida.
Esto implica que si, cuando nos referimos a conjuntos tradicionales, una variable se comporta siempre como una variable “lógica”, puesto que solo puede pertenecer o no pertenecer al conjunto, en conjuntos difusos la lógica booleana deja de tener validez. En su lugar se aplicará la lógica difusa.
¿Cómo es posible que algo pertenezca y no pertenezca a un grupo al mismo tiempo? Siguiendo a Peña, imaginemos que un amigo nos invita a cenar. Normalmente, aceptaremos o rechazaremos la invitación, pero también podemos aceptar y rechazarla al mismo tiempo. Para ello, en lugar de tomar la invitación como un todo, la desglosaremos en los diferentes actos que la componen. Estos actos suelen incluir el desplazamiento hasta la casa de nuestros amigos, entrar, saludarlos, darles una botella de vino o un postre que hemos llevado, porque somos gente educada, sentarnos, comer, y luego charlar un rato y quizá beber una copa.
Pero si en lugar de hacer esto llegamos, nos quedamos de pie, picoteamos un poco y nos marchamos rápidamente. ¿Hemos cenado o no hemos cenado con nuestros amigos? No se podría decir que no hemos ido a cenar, aunque realmente, tampoco es que hayamos cenado. Hemos aceptado y rechazado la invitación al mismo tiempo.
Al hilo de esto, se me ocurre que se trataría de un comportamiento un tanto extraño y desagradable, que podría llevar a que nuestros amigos no nos vuelvan a invitar a cenar, y no creo que se quedaran muy contentos si como explicación les dijésemos que “pertenecemos y no pertenecemos al conjunto difuso de gente que va a cenar con sus amigos”.
Por otra parte, este comportamiento no sería tan extraño y desagradable si, ante la invitación de mis amigos digo que sí, que voy a cenar, pero me quedaré poco tiempo, porque al día siguiente tengo que madrugar, e incluso les propongo que en vez de una cena formal preparen solo algo de picoteo. En ese caso, se podría afirmar que acepté la invitación.
O, por el contrario, les digo que no puedo ir a cenar, porque al día siguiente tengo que madrugar, pero que pasaré igualmente a verlos. Ellos, amablemente, preparan algo de picoteo. Todo el mundo estaría de acuerdo en que no cené allí, y por tanto, no acepté la invitación.
Parece que, cuando nos referimos a conceptos difusos, la pertenencia o no de una variable a un conjunto depende en gran medida de la intencionalidad.
Llevando todo esto al campo de la construcción del género, ya se ha visto anteriormente que el género está compuesto por varios rasgos o factores. Al igual que una persona puede aceptar y no aceptar una invitación a cenar en función de cómo se cumplan y valoren los diversos factores que conlleva el acto de ir a cenar, podrán haber personas que pertenezcan y no pertenezcan a un género, en función de cómo se cumplan o no se cumplan los diversos rasgos constitutivos del género.
Hay un último detalle que resolver y es el de la función a la que responderá la inclusión de un elemento en uno u otro conjunto difuso, y su pertenencia a este en mayor o menor medida. Al igual que mi inclusión o no dentro del grupo de “personas que aceptan las invitaciones a cenar en casa de sus amigos” depende de mi intención, es decir, de mi voluntad, la inclusión de una persona dentro de un conjunto de género, y en mayor o menor medida, debería ir en función de su propia voluntad.
O, lo que es lo mismo, una persona cuyo sexo genético, gonadal, genital, hormonal y fenotípico fuesen, por ejemplo, masculinos, pero cuyo sexo psíquico fuese femenino, debería incluirse dentro del conjunto de género femenino de manera automática. Su sexo social dependería de en qué medida esa persona deseara pertenecer al conjunto de género femenino: un poco, medianamente, mucho, por completo… Al igual que podrían haber personas que decidiesen que pertenecen y no pertenecen a ninguno de los dos grupos, a ambos a la vez, que fluctuasen en función de su apetencia en cada momento, o que decidiesen incluso crear conjuntos nuevos y no imaginados todavía.
Está generalmente aceptado que el sexo está compuesto por una serie de rasgos diferentes. Estos rasgos son los siguientes:
- Sexo biológico, que a su vez se descompone en:
1. Sexo genético.
2. Sexo gonadal.
3. Sexo genital.
4. Sexo hormonal.
5. Sexo fenotípico.
- Sexo psicosocial: depende a su vez de los siguientes factores:
6. Sexo social.
7. Sexo psíquico.
Los rasgos que se tienen en cuenta no son siempre los mismos. A veces el rasgo “sexo hormonal” desaparece de la lista, en otras ocasiones aparece también el rasgo “sexo legal”, o el sexo psicosocial aparece agrupado en un solo rasgo. La diferencia entre aplicar un criterio u otro, al menos en lo que a este texto concierne, es irrelevante.
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Construcción matemática tradicional del género. El álgebra de Boole
El género, visto de la manera tradicional, puede contemplarse como una variable lógica. Las variables lógicas son aquellas que tan sólo admiten dos valores: verdadero o falso, abierto o cerrado, 0 y 1, hombre y mujer.
Entonces ¿Cómo es posible que a algo que tiene 6 ó 7 factores lo englobemos tan solo en dos categorías? La explicación es que estamos utilizando la lógica booleana.
La lógica booleana permite trabajar con proposiciones sencillas, cuya respuesta sea sí/no. Según Boole, estas proposiciones pueden ser representadas mediante símbolos, y al hacer esto, podríamos trabajar con las variables intervinientes (entradas) y los resultados obtenidos (salidas).
Por ejemplo, podemos decidir que una persona será mujer u hombre cuando cuatro de los siete rasgos que manejamos coincidan. En caso de que hubiesen rasgos intermedios (por ejemplo, personas intersexuales), se decidirá sopesando de la misma forma los subrasgos hasta obtener un valor u otro.
Los resultados se podrían expresar más o menos así:
1111111 1 -> Mujer típica.
0000000 0 -> Hombre típico.
1111110 1 -> A pesar de que la persona se considera hombre, todos los demás rasgos son femeninos, así que es mujer.
0000001 0 -> Caso contrario al anterior.
1000000 0 -> Intersexualidad.
0001101 0 -> Intersexualidad con una autopercepción de uno mismo contraria a la asignada…
Y muchas más combinaciones.
El sistema tiene una gran ventaja: da respuesta a todo tipo de combinaciones, todo el mundo tiene cabida. Pero tiene tres desventajas
1) Es posible que se asigne a una persona al conjunto que no desea. Es decir, el sexo asignado no concuerda con el sexo psicológico o psicosocial. En estos casos, la respuesta que el sistema proporciona viene a ser: confórmate con lo que se te ha dado. No parece una solución muy justa, pero no hay otra.
2) La lógica funciona en un solo sentido. Es posible deducir una salida a partir de varias entradas, pero no es posible deducir cuales eran las entradas a partir de la salida. Por eso se presupone que la persona que finalmente ha sido asignada como 1, tiene 1 en todos los rasgos que configuran el género porque esto es lo normal. Cuando se descubre que esto no ocurre, la respuesta del sistema es: actuemos como si ocurriese. No existen herramientas para actuar de otra forma.
3) No existe consenso para definir como interpretar las entradas. De modo que, a iguales entradas, tendremos una salida distinta. Por ejemplo, algunas personas pueden opinar que el resultado se identifica con el factor “sexo genético” únicamente, de la siguiente forma:
1000000 1
1011111 1
1101111 1
…y así sucesivamente.
Sin embargo otras opinarán que el resultado se identifica únicamente con el factor “sexo psicológico”, de la siguiente forma:
1000000 0
1011111 1
1101111 1
Etc…
Ni siquiera el propio sistema tiene una respuesta ante este hecho, y por eso, constantemente se generan debates sobre lo que es una mujer, lo que es un hombre, y las diferencias entre ambos. Esto, que parece tan claro y obvio para todos, al final está profundamente ligado a la lógica que cada cual aplica sobre los mismos valores, y que en ningún modo constituye una lógica universal.
Construcción del género utilizando el modelo de los conjuntos difusos
El modelo matemático de conjuntos difusos se emplea a la hora de categorizar variables lingüísticas a las que no se puede aplicar un valor absoluto. Por ejemplo “poco”, “mucho”, “alto” o “bajo” son conceptos a los que no se les puede dar un valor absoluto. Un hombre que mida 1’80 cm se considerará “alto”, pero si se hace una foto rodeado por los jugadores de la selección española de baloncesto, resultará “bajo”.
Los conjuntos difusos presentan una gran novedad respecto a los conjuntos tradicionales. Mientras que todos los elementos de un conjunto tradicional pertenecen a dicho conjunto en la misma medida, los elementos del conjunto difuso pertenecen al mismo en distintas medidas. Es más, puede darse el caso de que un elemento pertenezca y no pertenezca al conjunto en la misma medida.
Esto implica que si, cuando nos referimos a conjuntos tradicionales, una variable se comporta siempre como una variable “lógica”, puesto que solo puede pertenecer o no pertenecer al conjunto, en conjuntos difusos la lógica booleana deja de tener validez. En su lugar se aplicará la lógica difusa.
¿Cómo es posible que algo pertenezca y no pertenezca a un grupo al mismo tiempo? Siguiendo a Peña, imaginemos que un amigo nos invita a cenar. Normalmente, aceptaremos o rechazaremos la invitación, pero también podemos aceptar y rechazarla al mismo tiempo. Para ello, en lugar de tomar la invitación como un todo, la desglosaremos en los diferentes actos que la componen. Estos actos suelen incluir el desplazamiento hasta la casa de nuestros amigos, entrar, saludarlos, darles una botella de vino o un postre que hemos llevado, porque somos gente educada, sentarnos, comer, y luego charlar un rato y quizá beber una copa.
Pero si en lugar de hacer esto llegamos, nos quedamos de pie, picoteamos un poco y nos marchamos rápidamente. ¿Hemos cenado o no hemos cenado con nuestros amigos? No se podría decir que no hemos ido a cenar, aunque realmente, tampoco es que hayamos cenado. Hemos aceptado y rechazado la invitación al mismo tiempo.
Al hilo de esto, se me ocurre que se trataría de un comportamiento un tanto extraño y desagradable, que podría llevar a que nuestros amigos no nos vuelvan a invitar a cenar, y no creo que se quedaran muy contentos si como explicación les dijésemos que “pertenecemos y no pertenecemos al conjunto difuso de gente que va a cenar con sus amigos”.
Por otra parte, este comportamiento no sería tan extraño y desagradable si, ante la invitación de mis amigos digo que sí, que voy a cenar, pero me quedaré poco tiempo, porque al día siguiente tengo que madrugar, e incluso les propongo que en vez de una cena formal preparen solo algo de picoteo. En ese caso, se podría afirmar que acepté la invitación.
O, por el contrario, les digo que no puedo ir a cenar, porque al día siguiente tengo que madrugar, pero que pasaré igualmente a verlos. Ellos, amablemente, preparan algo de picoteo. Todo el mundo estaría de acuerdo en que no cené allí, y por tanto, no acepté la invitación.
Parece que, cuando nos referimos a conceptos difusos, la pertenencia o no de una variable a un conjunto depende en gran medida de la intencionalidad.
Llevando todo esto al campo de la construcción del género, ya se ha visto anteriormente que el género está compuesto por varios rasgos o factores. Al igual que una persona puede aceptar y no aceptar una invitación a cenar en función de cómo se cumplan y valoren los diversos factores que conlleva el acto de ir a cenar, podrán haber personas que pertenezcan y no pertenezcan a un género, en función de cómo se cumplan o no se cumplan los diversos rasgos constitutivos del género.
Hay un último detalle que resolver y es el de la función a la que responderá la inclusión de un elemento en uno u otro conjunto difuso, y su pertenencia a este en mayor o menor medida. Al igual que mi inclusión o no dentro del grupo de “personas que aceptan las invitaciones a cenar en casa de sus amigos” depende de mi intención, es decir, de mi voluntad, la inclusión de una persona dentro de un conjunto de género, y en mayor o menor medida, debería ir en función de su propia voluntad.
O, lo que es lo mismo, una persona cuyo sexo genético, gonadal, genital, hormonal y fenotípico fuesen, por ejemplo, masculinos, pero cuyo sexo psíquico fuese femenino, debería incluirse dentro del conjunto de género femenino de manera automática. Su sexo social dependería de en qué medida esa persona deseara pertenecer al conjunto de género femenino: un poco, medianamente, mucho, por completo… Al igual que podrían haber personas que decidiesen que pertenecen y no pertenecen a ninguno de los dos grupos, a ambos a la vez, que fluctuasen en función de su apetencia en cada momento, o que decidiesen incluso crear conjuntos nuevos y no imaginados todavía.