Por Aimar Suess
“Nobody passes” (“Nadie pasa”)1 es una antología de experiencias escritas en primera persona sobre diferentes situaciones de “passing”, la imposibilidad de pasar o la decisión de no seguir intentándolo, no sólo respecto a la identidad de género, sino también en referencia a otras múltiples dimensiones de la identidad y sus intersecciones: la procedencia cultural, etnia, sexualidad, clase, edad, diversidad corporal, estatus de salud, subcultura… abriendo reflexiones diversas sobre la asimilación y desobediencia, adaptación y subversión, el pasar y no pasar.
Su lectura me suscitó la pregunta qué serían las experiencias de un passing / no passing en nuestro propio contexto cultural… y me hizo preguntarme a mí mismo sobre mis propias vivencias con la frase “nadie pasa”, como persona con una trayectoria de género divergente y experiencia transnacional.
Seguir leyendo... La primera cosa que me viene a la cabeza al escuchar la palabra “passing” no es el intento de “pasar” como chico trans, sino el esfuerzo frustrado de “pasar” dentro del género asignado al nacer. En los largos años en los que vivía una identidad de género no binaria sin disponer de referentes explícitos para autonombrarme (ya que el modelo biomédico de la transexualidad no me ofrecía un referente válido), me acompañaba la sensación de un esfuerzo de passing cuando me sentía obligado a representar el género asignado al nacer, cuyas reglas de juego me parecían ajenas y que no lograba reproducir con autenticidad. En estas raras ocasiones sociales, cenas de trabajo u otros eventos análogos, en las que se me pedía reproducir una “femineidad” explícita, tenía que revocar mi experiencia teatral (“la vida es puro teatro”, “life is drag”) para consolarme ante la obligatoriedad de ejercer una performance no elegida. Y el intento de passing dentro del rol femenino siempre fallaba, había algo que no parecía convencer en mi actuación.
En el momento de autonombrarme abiertamente como persona trans, sentí un alivio enorme al disponer de una justificación para negarme a esta performance de la femineidad. A la vez, le di muchas vueltas a las expectativas relacionadas con la identidad trans. Algo en mí se resistía a adaptarme a unas normas internas a la comunidad trans después de haberme negado durante años a las normas implícitas en el ejercicio del género asignado. Por esa razón, tardé mucho tiempo en cambiar mi nombre, dudé en vendarme los pechos y sigo planteándome si tomar hormonas o no. Esta autodescripción puede sonar como si estuviera “por encima” de cualquier intento de passing, lo que ciertamente no es así, porque en algún momento cambié mi nombre, me siento atraído por la estética de los pechos vendados de mis compañeros trans, a veces experimento cierto deseo por la testosterona y me cuesta distinguir en cada momento qué parte se debe a una elección propia y qué parte a una necesidad de formar parte.
A la vez, mi resistencia a seguir un “guión” prescrito cómo convertirme en persona trans, me ha llevado a unas experiencias no exentas de interés: El hecho de presentarme como persona trans a la vez de preservar mi nombre asignado al nacer hizo que, en más de una ocasión, personas –trans y cis- me preguntaran de dónde a dónde transitaba. Me sorprendió que la confusión que producía la no coherencia entre el nombre y la presentación como trans (que fallaba a la expectativa de que una persona trans con nombre femenino = mujer trans; una persona trans con nombre masculino = hombre trans) tuviera una influencia tan marcada en cómo se me “leía”. De alguna forma, esta “incongruencia” borraba y modificaba la percepción visual de mi cuerpo que podría dar pistas sobre este “de dónde a dónde transitaba”. En el fondo, la prevalencia del nombre –de la enunciación lingüística- sobre las características sexuales secundarias podría leerse como un argumento para cuestionar la obligatoriedad de la modificación corporal para “pasar”. O apoyar la frase de que la mejor forma de pasar es no intentar pasar…
A la vez, vari*s amig*s me han señalado que eso sólo era posible porque a) efectivamente transitaba de una asignación femenina a una masculina, aprovechándome de la existencia de un mayor margen, según su opinión, para las posiciones intermedias en el tránsito FtM o Ft* y b) mi aspecto un tanto andrógino ayudaba a que se pudiera plantear una pregunta semejante.
Mi tardanza en seguir las reglas de juego de lo trans (que a veces he sentido, ante mí mismo, no como una mayor valentía, sino como una cobardía en el camino de hacerme más visible como persona trans), curiosamente no me han llevado a ser menos aceptado dentro de la comunidad trans. Eso habla muy positivamente de una creciente apertura dentro del movimiento trans ante la diversidad de expresiones e identidades de género que exceden el eje pre- / pos-op. Podría hacer también una lectura de un cierto entrenamiento personal en el ejercicio de un “soy diferente, y qué”, forjado por otras dimensiones de mi trayectoria personal, y apoyado por un legado familiar de reivindicación de la diferencia (“nunca te adaptes a nada, puedes estar orgullosa de ser zurda, Leonardo da Vinci también lo era”). Un legado familiar que, ante todo, es reflejo de un cierto privilegio de clase, de un cierto capital cultural y social heredado en el que la no adaptación a las normas sociales podía leerse como una posición vanguardista y artística (“ser como Leonardo da Vinci”), en vez de como un hándicap.
Sea por lo que sea, me encontré con mucha apertura en la comunidad trans ante mi posición no binaria. E incluso, en los momentos en los que enunciaba que, quizás, estaba pensando empezar a utilizar un binder o a hormonarme, me encontraba, de forma reiterada, con la respuesta: “No lo hagas. Sería una pena que tú también lo hicieras”. Lo que muestra lo sutil que puede ser la línea que separa la exclusión del proceso de conversión en referente…
A la vez, me toca muy de dentro cuando alguien me devuelve haberme percibido como tal, porque yo mismo sigo buscando referentes de lo no binario, y cuando los encuentro, estos hombres con pechos y otros seres no clasificables, pienso con alivio: si esta persona existe, si este cuerpo existe, el mío también puede existir.
Al releer lo escrito, me acuerdo de uno de los textos del libro “Nobody passes” en el que la autora reflexiona sobre la tendencia de reinvención “maquillada” de nuestras propias narrativas, dejando fuera los aspectos poco lustrosos del ejercicio de “pasar” o “no pasar”. Desde luego, es muy fácil reescribir la propia trayectoria como ejercicio heroico de subversión ante las normas sociales.
En uno de los relatos, el autor, de religión judía, aparca su coche dos calles más allá cuando queda un sábado con otras personas de su comunidad, porque en Sabbath no se debe conducir... me parece que tod*s compartimos esta experiencia de actitudes de passing cotidianas, insignificantes y encubiertas… adaptaciones sutiles y hasta ridículas a los entornos sociales, espacios contraculturales y grupos de referencia en los que nos movemos y que nos gusta invisibilizar ante la autorrespresentación como personas libres de la necesidad de un passing…
Me pregunto en qué medida mi relato no representa un ejemplo de esta re-escritura maquillada del propio passing cotidiano, y qué serían mis momentos de aparcar el coche dos calles más allá…
Un relato de un chico trans mestizo me remite a otra experiencia relacionada con el passing en mi vida – la trayectoria transcultural y la resistencia a esta otra adscripción obligatoria y no elegida, la de la nacionalidad asignada al nacer. Al igual que el autor del texto, encuentro un cierto paralelismo entre ambas dimensiones del passing, y curiosamente me cuesta mucho más hablar de esta segunda dimensión.
En mi trayectoria transnacional, al igual que la transición en el género, tuve que luchar con el presupuesto de que el lugar de partida es el lugar de mayor familiaridad y cercanía (cuando a menudo sus códigos son más lejanos e incomprensibles que los elegidos) y enfrentarme con expectativas, proyecciones e atribuciones variadas, productos de la certeza infalible de aquellas personas que nunca han dudado pertenecer al lugar (y género) asignado al nacer.
Al igual de lo que cuentan algunas personas transexuales que no quieren ser reconocidas como tales y que notan que la compañía de otras personas trans dificulta su passing, a menudo hice la experiencia de que la forma de ser “leído” respecto a la procedencia cultural varía según quién estaba a mi lado. Curiosamente, mientras en la experiencia trans deseo ser más visible, en la dimensión transnacional me molesta que algo dificulte mi passing.
A la vez, de forma análoga a la experiencia trans, mientras nadie cuestiona el derecho –naturalizado- de encontrarse en el lugar asignado al nacer, la defensa del derecho de estar en el lugar de elección conlleva la necesidad implícita de justificación reiterada (“cómo es que te fuiste…”). Al mismo tiempo, el hecho de no querer ser identificado en la categoría asignada, para mí no significa querer adoptar automáticamente la categoría “de destino”. En este sentido, me siento más cerca de un “sin país” que de ninguna asignación nacional, al igual que me gustaría no tener que ver una V-M o una M-F en mi DNI.
A menudo he tenido oportunidad de tomar conciencia en qué medida una percepción de extrañeza respecto a mi género parecía reforzar una percepción de desconcierto en la lectura respecto a la pertenencia cultural: son aquellas personas que no saben encajar mi expresión de género que parecen necesitar “agarrarse” a la procedencia nacional como punto de referencia, preguntando por mi lugar de origen a falta de encontrar otro tema de conversación sin riesgo.
Por supuesto, al igual que en la dimensión de la identidad de género, la trayectoria sexual y la divergencia respecto a los modelos hegemónicos de relación, también respecto a la pregunta por la nacionalidad tengo una batería de respuestas preparadas (“soy de un planeta lejano”, “qué quieres, la respuesta corta o la respuesta larga” o “Cortázar tampoco sabía pronunciar la ‘r’”). Aún así, estas armas de autoafirmación subversiva no disminuyen la tristeza por las atribuciones ajenas y la aburrida necesidad de su deconstrucción continuada…
“Nadie pasa” – el título del libro que dio lugar a esta reflexión me devuelve una esperanza: como un passing perfecto es imposible, se abre todo un espacio de posibilidades para reivindicar el “no pasar”. Y todas las personas con las que me encuentro que se atreven a no pasar, todos los relatos sobre las alternativas al passing, me dan valor a continuar haciendo lo mismo…
1 Mattilda a.k.a. Matt Bernstein Sycamore (ed) (2006). Nobody passes: rejecting the rules of gender and conformity. Emeryville (CA): Seal Press.
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