Por Pablo Vergara
En estos días me están “obligando” a hacer una reflexión profunda sobre el sistema sexo-genérico. Para mí es muy fácil cerrar los ojos y decir “mi biología no tiene importancia”, o, como dijo Simone de Beauvoir “la biología no es destino”. Sí, mi cuerpo tiene unas características determinadas ¿Y qué pasa con ello? No le hago caso, eso no vale, lo que vale es el cerebro, los procesos de pensamiento, la lógica, los sentimientos. Puedo cerrar los ojos y no pensar más en ello. Simplemente.
Sin embargo, en el proceso de reflexión que se está viviendo dentro de la casa, me he encontrado con personas que dicen que la realidad sexo-genérica es algo que está ahí, que no se puede ignorar, que de algún modo nos condiciona, y no es una teoría o algo abstracto. La realidad de las diferencias entre machos y hembras es evidente, real, igual que también son evidentes las realidades intersex, que con su mera existencia invalidan la afirmación de que la humanidad está dividida únicamente entre hombres y mujeres.
Pensar sobre esto también me ha llevado a reconocerme como biologicista en otro punto. Soy biologicista porque me hormono. Necesito construir mi cuerpo dentro de una biología masculina para sentirme bien y tranquilo conmigo mismo, y en ese camino no me importa jugarme la salud, el dinero, el tiempo o la paciencia. Necesito que mi biología se acerque lo máximo posible a mi identidad de género. En parte por eso me hace daño aceptar el término “hembro”, que se utiliza en este proceso.
Me han hecho ver, también, que la postura de negarse a atender a la biología es biologicista, desde el punto de vista en que uno evita tratar los puntos de debate relacionados con la biología con la sentencia absoluta de “eso no tiene importancia”. Decir que la biología no tiene importancia por ser biología es tan determinante como decir que las hembras tienen que ser mujeres por ser hembras. Hace falta profundizar más.
Un amigo, que ha leído mucho más que yo sobre el tema, sostiene que la concepción de “macho”, “hembra” o “intersex” es una construcción cultural que se ha hecho a partir de la evolución de la medicina. Para ello suele apoyarse, entre otras obras, en “La construcción del sexo”, de Laqueur, que muestra como las representaciones de las diferencias sexuales entre hombre y mujer han ido variando en función de la ideología de la época, pasando de un modelo “unisexo”, en el que se consideraba que el cuerpo del hombre y el de la mujer eran iguales en materia (con fluidos parecidos, como la sangre, orina, leche, semen), y que sólo una diferencia metafísica hacía que las mujeres se desarrollasen de manera imperfecta en relación al desarrollo del cuerpo del hombre, que sí que era perfecto, hasta el modelo de dos sexos que es el que tenemos ahora, que diferencia, no sólo la forma de los genitales, sino el organismo entero.
De modo que el sexo, que nosotros damos como algo “natural”, “inevitable”, “de nacimiento”, es en realidad otro sistema de representación cultural. Él me lo explica, y también me lo explica la teoría queer, pero a la hora de la verdad, cuando yo intento explicarlo aquí, no soy capaz. Quizá me vendría bien leer algo más sobre el tema, porque al final siempre me doy de boca contra la evidencia de que, lo mires como lo mires, la diferencia física existe. Ya puedes decir que es un solo sexo que se desarrolla de manera más o menos perfecta, o que son dos sexos totalmente diferenciados… la gente puede estirar el dedo índice y señalar que somos distintos, como si jugásemos a un pasatiempo de “las siete diferencias”.
Así que tengo que reflexionar un poco más. Intuitivamente, desde mi desconocimiento del trabajo que han hecho otros autores, siento que la construcción del sexo no es tan real ni tan firme como me han dicho, pero lo cierto es que mi razón no es capaz de darme explicaciones lógicas que resulten convincentes. Y no puedo hacer caso simplemente a mi intuición, porque es evidente que el deseo profundo que albergo en mi corazón es huir de mi biología hacia una biología de macho. Tengo que fundamentarme bien.
Hay que empezar por el principio. ¿Qué es una hembra? ¿Qué es un macho? Es muy diferente preguntarse esto a preguntarse qué es un hombre o una mujer. Hoy en día, la medicina, cuando trata de evaluar la intersexualidad de una persona, atiende a tres características: cromosómica, genital y hormonal. Sin embargo, cuando se habla de hombres y mujeres, se atiende a siete características (más o menos una), que son: cromosómica, genital, morfológica, gonadal, hormonal, psicológica y psicosocial.
Imagino que los médicos deben considerar que tener en cuenta el criterio morfológico en los “diagnósticos” de intersexualidad es irrelevante porque la intersexualidad es “de nacimiento”, es decir, está presenté en el bebé recién nacido, y en ese aspecto la morfología de todos los bebés es igual. Sin embargo, las hormonas sexuales de todos los bebés también son iguales… O quizá la referencia a la morfología se omite porque se supone que “de forma natural” a unas hormonas dadas corresponde una morfología dada. O vaya usted a saber. Teniendo en cuenta lo interesante que es la morfología de las personas intersex más allá de la forma de sus genitales (que no siempre son ambiguos), me parece un descuido imperdonable omitir este criterio, que sin embargo sí se tiene en cuenta para hombres y mujeres. Como nuestra cultura no proporciona ningún género ligado a lo intersex, las características psicológica y psicosocial no se tienen en cuenta.
Tampoco debería tenerlas en cuenta yo, si quiero intentar entender qué es un macho o una hembra. Hagamos como que no hay ningún género asignado a estos conceptos, o será imposible distinguir entre hembra/macho y hombre/mujer.
La hembra normal suele ser una persona que tiene sus cromosomas sexuales XX, genitales claramente femeninos, hormonas femeninas, y morfología de mujer. Con el macho normal pasa lo mismo: todo coincide. El resto de combinaciones se ha designado como “intersex”.
El universo intersex se convierte entonces en algo fascinante, mucho más que los limitados conceptos de “macho” y “hembra”. Puede darse una persona con cromosomas XY, genitales femeninos, gónadas masculinas (internas) y morfología femenina. Puede darse una persona con cromosomas XX, sin vagina y con un clítoris hipertrofiado, que daría lugar a unos genitales parecidos a los masculinos, con gónadas femeninas, hormonas femeninas y morfología femenina. Pueden existir personas intersexuales con cromosomas XXY, XXXY, con o sin ambigüedad sexual, con o sin ambigüedad gonadal, con o sin ambigüedad morfológica, con o sin ambigüedad hormonal…
¿Y yo que soy? Tengo los cromosomas XX, y mis genitales son femeninos (aunque con un clítoris cada vez más hipertrofiado, que se asemeja a un pequeño pene y funciona de manera similar), tengo gónadas femeninas, pero mis hormonas probablemente ya son sólo masculinas (los andrógenos inhiben la producción de estrógenos, y hace meses que no menstruo), y mi morfología es más femenina que masculina, pero empiezo a desarrollar rasgos masculinos, como la voz más grave, el vello facial, mayor masa muscular, redistribución de la grasa corporal… eso sin contar con que mi altura y complexión físicas son grandes para mujer, y normales para hombre, especialmente ahora que estoy en Ecuador. Reúno en mí características de ambos sexos. ¿Soy intersex?
La respuesta es que no, porque la intersexualidad es una característica adscrita sólo al nacimiento. Uno puede “crearse” hombre o mujer, pero no puede crearse macho o hembra, igual que no puede crearse intersex. Intersex es una condición sexual.
¿Qué sería un hombre transexual que se hubiese hormonado durante años, se hubiese extirpado sus órganos reproductores y se hubiese sometido a una faloplastia o metaidoioplastia? Cromosomas XX, genitales masculinos, hormonas masculinas, gónadas inexistentes y morfología masculina. ¿Se le puede seguir considerando “hembra” en base a que conserva los cromosomas XX? Entonces ¿habría que considerar macho a la persona XY que teniendo una insensibilidad natural a los andrógenos se desarrolla en un fenotipo femenino? Ah, no, estas personas son intersex.
El sexo, pues, está ligado al momento del nacimiento. En más de una ocasión he leído “se puede cambiar (o reasignar) el género, pero no el sexo”. Porque el sexo es un sello de nacimiento. El sexo son las características que uno tiene al nacer, y de nada sirve que a lo largo de la vida de una persona, esa persona vaya cambiando las características “sexuales”. Siempre quedará un rescoldo, un vestigio, algo de lo que no se pudo deshacer, algo que no pudo conseguir, ya sea un código genético determinado, o la imposibilidad de desarrollar gónadas de una determinada clase. A eso nos agarraremos para seguir diciendo “eres hembra, igual que cuando naciste”.
De este modo, el sexo está adscrito a la persona desde el nacimiento, porque culturalmente no se permite el cambio. La tecnología y los avances médicos y quirúrgicos no pueden convertir a una hembra 100% en un macho 100%, pero si pueden convertirnos en intersex, en personas que tienen partes femeninas y partes masculinas. Desde este punto de vista, el cambio de sexo sería real. Sin embargo, esto es algo no permitido, pues el acceso a la intersexualidad, como ya he indicado, es un privilegio de nacimiento.
Esto es también un hecho cultural. Posiblemente en una cultura distinta, o en un planeta alienígena se podría eliminar la existencia de la intersexualidad flexibilizando los conceptos de “macho” y “hembra”, y adscribiendo a las personas intersexuales en una de esas dos categorías, en función, por ejemplo, de a qué sexo se pareciesen más (de hecho, así suele ser como se adscribe a los intersex en un género u otro). En esa cultura más flexible, podría ser posible cambiar de sexo cuando las características de la persona se pareciesen más a un sexo que al otro, siempre que se considerase que las características “construidas” son tan válidas como las “de nacimiento”.
Esto es también un hecho cultural. Posiblemente en una cultura distinta, o en un planeta alienígena se podría eliminar la existencia de la intersexualidad flexibilizando los conceptos de “macho” y “hembra”, y adscribiendo a las personas intersexuales en una de esas dos categorías, en función, por ejemplo, de a qué sexo se pareciesen más (de hecho, así suele ser como se adscribe a los intersex en un género u otro). En esa cultura más flexible, podría ser posible cambiar de sexo cuando las características de la persona se pareciesen más a un sexo que al otro, siempre que se considerase que las características “construidas” son tan válidas como las “de nacimiento”.
Nuestra cultura no es así. Como si fuésemos un automóvil que sale de la fábrica con un número de bastidor, número que permanece inmutable a pesar de todos los cambios que se hagan en el coche, a nosotros al nacer se nos asigna un sexo, que, por cierto, depende tan solo de la forma de nuestros genitales (lo cual puede mover a error en algunos casos, pero de eso no se habla). Ese sexo es nuestro número de bastidor. No importa que con el paso del tiempo ya no quede más que una o dos características que justifiquen la asignación a ese sexo, lo que importa es que fue el que se nos asignó al nacer, grabado a fuego, imposible de cambiar. El sexo se considera algo natural, es más… es nuestra naturaleza. Y lo natural no puede ser cambiado por el ser humano, porque sólo lo puede cambiar Dios. La Ley de la Naturaleza está por encima de nuestras posibilidades.
Los seres humanos, que hace ya millones de años que dejamos de estar atados a la naturaleza, insistimos en creernos ligados a la naturaleza en tan sólo dos aspectos: el nacimiento y la muerte. Lo que es “de nacimiento” no se puede cambiar, es natural. La muerte también se considera algo natural… como si hoy en día no dispusiésemos de tratamientos médicos que logran prolongar nuestras vidas mucho más allá de los dictámenes de la naturaleza.
La muerte existe, y las diferencias morfológicas también, pero ya no son tan naturales como antaño. Igualmente, los kilómetros siguen teniendo la misma longitud que antaño, pero lo que antes eran distancias casi insalvables, hoy gracias a la tecnología, se pueden recorrer en sólo unas horas. El mundo es ahora del mismo tamaño que era en el S. XVIII, pero los aviones, los trenes de alta velocidad, e incluso los motores de los automóviles y las carreteras asfaltadas, tan lisas, lo han vuelto mucho más pequeño.
¿Y cómo influye el sexo en la persona? ¿Yo sería diferente si en el día
de mi nacimiento los médicos hubiesen dicho “es niño”? Sin duda lo sería. Mi biografía sería totalmente distinta. En realidad, ni siquiera sería yo… Pero también sería diferente si en lugar de nacer en España hubiese nacido en Afganistán, o en Canadá, o en Australia, o en Japón…
Una amiga dice que en realidad quienes somos es un diálogo entre la biología y la biografía. No podemos poner todo el peso en la biología, porque entonces seríamos solo machos o hembras, y punto. No podemos poner todo el peso en la biografía, porque entonces seríamos ángeles, espíritus incorpóreos… Nos vemos obligados a mantener un diálogo constante entre nuestro cuerpo y nuestra mente, y esto no es sólo válido para las personas transexuales, sino para todos. Para las personas que, llegada una cierta edad, siguen sintiendo su mente viva y ágil como siempre, pero su cuerpo torpe y dolorido. Para las personas que son bellas por dentro y poco atractivas por fuera. Para el auxiliar de contabilidad que en sus ratos libres practica deportes de aventura y ha visto paisajes con los que otros tan solo sueñan.
Hay otro factor que hoy me ha hecho ver un amigo de aquí, que es el del “palimpsesto”. El palimpsesto es una la práctica que se llevaba a cabo en la edad media, y que consistía en borrar los textos de los libros y escribir otras cosas sobre ellos. Mi amigo hace una analogía entre el palimpsesto literario y la forma en que los demás escriben y reescriben sobre nosotros ciertas cosas que nos configuran. Las trenzas que mi madre me hacía en mi infancia, la admiración que sentía por mi abuelo, la forma de comer, las tradiciones familiares, la presión de mis compañeros de clase, el amor hacia las personas que me querían como chica, la diferente forma de tratar a hombres y mujeres, que me iba dibujando por debajo de la piel surcos que nadie veía, el combate interno librado constantemente en mi mente, y el decir al final “pues no”.
De modo que el diálogo entre la biología y la biografía no incluye sólo la forma de nuestro cuerpo, nuestras preferencias y nuestras decisiones, sino lo que otros han hecho de nosotros, de forma consciente o inconsciente. Y esas letras que otros han dibujado sobre nuestros cuerpos dependen en mucho de nuestra biología.
La biología influye sobre nuestra autopercepción, y también sobre la percepción que los demás tienen sobre nosotros. La percepción de los demás influye también sobre nosotros. Nuestras decisiones influyen sobre nuestra biología. Tal vez, tratar de investigar qué parte influye cómo en nosotros mismos es un planteamiento erróneo. Quizá debemos considerarnos, más bien, como un ecosistema, en el que un pequeño cambio varía el todo, y donde no hay una parte más importante que otra, aunque a primera vista parezca que sí. De este modo, si queremos comprendernos a nosotros mismos, no habrá que partir desde el biologicismo o el no biologicismo, sino desde un ecologismo bien entendido.