Por Kim Pérez
Los antiguos comenzaban sus estudios definiendo exactamente las palabras más significativas que iban a usar. Aunque no se estuviera de acuerdo con la definición, aquello era un magnífico medio para entender bien lo que querían decir y no perderse.
Me he dado cuenta de que el par de expresiones binarismo/ no-binarismo (sexogenérico), requiere esa clase de esfuerzo de precisión lingüística.
Cuando decimos binarismo sexogenérico, nos referimos habitualmente a la idea de que sólo existen dos sexogéneros, hombre y mujer, muy definidos y diferenciados. (Muchos, más o menos definidos, sentirán o sentiréis, al llegar a este punto, una especie de comezón: “¿Es que no es así?”)
Seguir leyendo...
Añadamos algo. Esta idea implica una normativa: a) Los hombres deben ser masculinos y las mujeres femeninas; b) Los hombres deben ser amantes de las mujeres y las mujeres amantes de los hombres; c) Las realidades diferentes tanto corporales, como de identidad u orientación deben ser subsumidas en una de esas dos.
En resumen, dentro de los esquemas binaristas, todo se agrupa dentro de dos conjuntos y sólo de dos. Estos dos conjuntos se entienden cerrados mutuamente, sin intersecciones, y perfectamente diferenciados en los ámbitos anatómico, identitario y del deseo, como envueltos por una membrana que sea más bien una coraza. Las personas que no se ajusten de hecho a ellos, deben integrarse sin ambigüedad alguna en uno de ellos, y si no lo hacen, serán castigadas.
Esta realidad de varios planos (anatómico, pulsional e identitario) se organiza por tanto siempre en dos sexogéneros, y por eso se habla de binarismo sexogenérico. Esta idea está suficientemente clara en el discurso verbal. Sin embargo, cuando se pretende extremar la abstracción hasta llegar a expresarla matemáticamente, nos encontramos con algunas dificultades que trato a continuación de explicar.
El dos del discurso verbal no es exactamente el dos matemático. El dos verbal se refiere a dos conjuntos cerrados, A y B. El dos matemático se refiere a la forma en que se integran los conjuntos cerrados en general, que es mediante un “sí/no” o un “1/0”, como en los organigramas informáticos.
O sea, mientras que en el binarismo verbal, “si no eres hombre, eres mujer”, en el binarismo expresado matemáticamente el planteamiento es simplemente “eres hombre o no” o “eres mujer o no”.
Entonces, hay que precisar que la expresión matemática del binarismo sexogenérico indica sólo cómo se forman los dos conjuntos que reconoce el binarismo discursivo; y este binarismo matemático, de cierre en redondo mediante el “si/no” o el “1/0”, se aplicaría incluso si el discurso predominante, en vez de reconocer sólo dos conjuntos cerrados, reconociera tres, o cuatro, o los que fueren.
Cuando hablamos, discursivamente, de que la realidad sexogenérica humana está formada por conjuntos abiertos, difusos, intersectables, me parece que estamos más cerca de la expresión matemática de la teoría de los conjuntos difusos formados por un “más/menos”.
Si nuestro análisis de la realidad reconoce la existencia de “n” conjuntos difusos de género, cada uno de ellos formados por un “más/menos”, como “más o menos hombre”, “más o menos mujer”, “más o menos intersex”, etcétera, cada uno de los cuales admite a la vez múltiples intersecciones o elementos compartidos en grados diferentes con otros conjuntos difusos, me parece que estamos bastante cerca de la expresión matemática.
Aventuro, o mejor me pregunto, si esta mayor coherencia de la teoría de conjuntos difusos de género con la expresión matemática, se deberá a su mayor cercanía con la realidad.
Conviene ver también que con la teoría de los conjuntos difusos de género estamos usando sólo una de las muchas expresiones matemáticas posibles, que pueden ser extremadamente finas.
Un conjunto difuso matemático se puede denominar según una realidad cualquiera que se pueda expresar en términos de más/menos. Por ejemplo, en el campo del sexogénero puede haber un conjunto difuso denominado por el desarrollo, en más o menos, del órgano clitorideopeniano; otro puede establecerse sobre el desarrollo, en más o menos, de las mamas, que como el anterior son órganos comunes a todos los seres humanos; en cambio, no puede haber conjuntos difusos sobre los grupos cromosómicos XX, XY, X0, etcétera, porque éstos no admiten más o menos, sino sí o no.
Pero teniendo en cuenta que hay personas XY que nacen con vulva y desarrollan pechos, nos damos cuenta de que es imposible, a partir de cualquiera de esas características, definir el conjunto difuso “hombres” o el conjunto difuso “mujeres”, que se constituye finalmente sobre identidades, que incluyen notoriamente a muchos trans masculinos y a muchas trans femeninas, mientras que otras muchas personas trans prefieren incluirse dentro de conjuntos difusos como “intersex”, “ambiguos” o cualquier otro.
Dicho esto, también debo aludir a otra precisión lingüística. Desde que empezó la reflexión sobre los conjuntos difusos de género, veo una tendencia, más bien divertida, a hablar de personas “difusas” en el sentido de ambiguas.
Es conveniente recordar que, como dice una amiga mía, “los conjuntos son difusos, pero no las personas”. Es decir, una persona es siempre definidísima en su manera de ser, aunque en todos los casos, se puede integrar en un conjunto difuso o en varios cuyos integrantes participan en más o menos de la cualidad que le da nombre. Con otras palabras, se puede ser definidamente hombre, o definidamente ambigua, y estar en sendos conjuntos difusos o en ambos.
Pero a la vez, llamar “difusa” a una persona en el sentido de ambigua en cualquier aspecto, es una manera de reconocer la existencia, junto a lo conjuntos de hombres y mujeres, tan drásticamente binarizados hasta ahora, de otros seres humanos que no nos identificamos dentro de ellos.
En resumen, dentro de los esquemas binaristas, todo se agrupa dentro de dos conjuntos y sólo de dos. Estos dos conjuntos se entienden cerrados mutuamente, sin intersecciones, y perfectamente diferenciados en los ámbitos anatómico, identitario y del deseo, como envueltos por una membrana que sea más bien una coraza. Las personas que no se ajusten de hecho a ellos, deben integrarse sin ambigüedad alguna en uno de ellos, y si no lo hacen, serán castigadas.
Esta realidad de varios planos (anatómico, pulsional e identitario) se organiza por tanto siempre en dos sexogéneros, y por eso se habla de binarismo sexogenérico. Esta idea está suficientemente clara en el discurso verbal. Sin embargo, cuando se pretende extremar la abstracción hasta llegar a expresarla matemáticamente, nos encontramos con algunas dificultades que trato a continuación de explicar.
El dos del discurso verbal no es exactamente el dos matemático. El dos verbal se refiere a dos conjuntos cerrados, A y B. El dos matemático se refiere a la forma en que se integran los conjuntos cerrados en general, que es mediante un “sí/no” o un “1/0”, como en los organigramas informáticos.
O sea, mientras que en el binarismo verbal, “si no eres hombre, eres mujer”, en el binarismo expresado matemáticamente el planteamiento es simplemente “eres hombre o no” o “eres mujer o no”.
Entonces, hay que precisar que la expresión matemática del binarismo sexogenérico indica sólo cómo se forman los dos conjuntos que reconoce el binarismo discursivo; y este binarismo matemático, de cierre en redondo mediante el “si/no” o el “1/0”, se aplicaría incluso si el discurso predominante, en vez de reconocer sólo dos conjuntos cerrados, reconociera tres, o cuatro, o los que fueren.
Cuando hablamos, discursivamente, de que la realidad sexogenérica humana está formada por conjuntos abiertos, difusos, intersectables, me parece que estamos más cerca de la expresión matemática de la teoría de los conjuntos difusos formados por un “más/menos”.
Si nuestro análisis de la realidad reconoce la existencia de “n” conjuntos difusos de género, cada uno de ellos formados por un “más/menos”, como “más o menos hombre”, “más o menos mujer”, “más o menos intersex”, etcétera, cada uno de los cuales admite a la vez múltiples intersecciones o elementos compartidos en grados diferentes con otros conjuntos difusos, me parece que estamos bastante cerca de la expresión matemática.
Aventuro, o mejor me pregunto, si esta mayor coherencia de la teoría de conjuntos difusos de género con la expresión matemática, se deberá a su mayor cercanía con la realidad.
Conviene ver también que con la teoría de los conjuntos difusos de género estamos usando sólo una de las muchas expresiones matemáticas posibles, que pueden ser extremadamente finas.
Un conjunto difuso matemático se puede denominar según una realidad cualquiera que se pueda expresar en términos de más/menos. Por ejemplo, en el campo del sexogénero puede haber un conjunto difuso denominado por el desarrollo, en más o menos, del órgano clitorideopeniano; otro puede establecerse sobre el desarrollo, en más o menos, de las mamas, que como el anterior son órganos comunes a todos los seres humanos; en cambio, no puede haber conjuntos difusos sobre los grupos cromosómicos XX, XY, X0, etcétera, porque éstos no admiten más o menos, sino sí o no.
Pero teniendo en cuenta que hay personas XY que nacen con vulva y desarrollan pechos, nos damos cuenta de que es imposible, a partir de cualquiera de esas características, definir el conjunto difuso “hombres” o el conjunto difuso “mujeres”, que se constituye finalmente sobre identidades, que incluyen notoriamente a muchos trans masculinos y a muchas trans femeninas, mientras que otras muchas personas trans prefieren incluirse dentro de conjuntos difusos como “intersex”, “ambiguos” o cualquier otro.
Dicho esto, también debo aludir a otra precisión lingüística. Desde que empezó la reflexión sobre los conjuntos difusos de género, veo una tendencia, más bien divertida, a hablar de personas “difusas” en el sentido de ambiguas.
Es conveniente recordar que, como dice una amiga mía, “los conjuntos son difusos, pero no las personas”. Es decir, una persona es siempre definidísima en su manera de ser, aunque en todos los casos, se puede integrar en un conjunto difuso o en varios cuyos integrantes participan en más o menos de la cualidad que le da nombre. Con otras palabras, se puede ser definidamente hombre, o definidamente ambigua, y estar en sendos conjuntos difusos o en ambos.
Pero a la vez, llamar “difusa” a una persona en el sentido de ambigua en cualquier aspecto, es una manera de reconocer la existencia, junto a lo conjuntos de hombres y mujeres, tan drásticamente binarizados hasta ahora, de otros seres humanos que no nos identificamos dentro de ellos.