Por Kim Pérez
Nota previa. Las Jornadas Feministas Estatales de Granada empezaron con un sketch en el que Lola Van Guardia contó el diálogo entre una madre feminista y una hija transfeminista. En este esquema cronológico, me correspondería el papel de abuela, machacada en otros tiempos, pero rebelde. La familia se extiende cuando pienso en mi tía tatarabuela, Rosa Butler, poeta protofeminista, de la primera ola del siglo XIX.
El transfeminismo es la expresión política del no-binarismo del sistema sexo/género. Empezó siendo el feminismo de las transexuales (en España, Madrid, 1993 y Córdoba, 2000) y ha llegado a ser un feminismo transeúnte, en el que toda transición es posible (Granada, 2009) que por medio del no-binarismo, llega a ser explícitamente lo que fue en un principio implícitamente el feminismo, el movimiento de liberación de género, que empezó por las mujeres y luego se ha extendido a los y las homosexuales, los, las y les transexuales, los, las y les intersex, a toda la humanidad, porque es verdaderamente difusa de género, en más o menos, compuesta de personas para quienes el género debe pasar de ser un código penal a ser un sistema de afinidades voluntarias.
El (trans)feminismo ha nacido cuando se han superado los dos primeros siglos del feminismo preclásico y clásico, que permaneció inevitablemente atado a la misma concepción binarista que en el fondo combatía, lo que de todos modos fue conveniente en los primeros momentos del combate, cuando era preciso aunar fuerzas. La noción del patriarcado y la necesidad de emancipación frente al mismo emergieron de este combate. Pero el mismo trabajo feminista hizo surgir la conciencia y las reivindicaciones de otros conjuntos humanos o subconjuntos, como el de las lesbianas, dentro de las mujeres, o incluso masculinos, como los gays, también oprimidos por el patriarcado, y más adelante los de bisexuales (“no medio heterosexual y medio homosexual, sino enteramente bisexual”), transexuales (palabra que uso abarcando nuestra inmensa variedad de formas), intersex (que empiezan a entrar en acción) ...
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De esa conciencia de que no estamos acantonados dentro de dos géneros cerrados, dos conjuntos marcados por un sistema lógico tan hermético como el de sí o no, de que ambos géneros correspondían a realidades mutuamente irreductibles (que era, en el fondo, la lógica del patriarcado, como sistema de dominación, que sólo admite por tanto dos situaciones, la de dominante y la de dominado) tuvo que emerger, por tanto, la convicción de que todo el binarismo no es nada más que una ilusión ideológica, un trampantojo, y de que la realidad subyacente bajo esa terrible mátrix, una vez descubierto el sistema de dominación, puede ser completamente distinta, un plural y no-dominacionista no-binarismo.
No somos por tanto “hombres” contra “mujeres” ni “mujeres” contra “hombres”, en una abstracta simplificación, metafísicamente, booleanamente envueltos en un sí o un no, en un “conmigo o contra mí”, sino algunos hombres difusos y aún algunas mujeres difusas y aún algunos variantes de género difusos, contra otros hombres difusos, mujeres difusas, variantes de género difusos, etcétera. La noción de clase se transparenta enseguida tras esta distinción, como aspiración metafísica, sueño idealizado de las clases verdaderamente dominantes (porque habría que examinar también el binarismo de las clases: la clase dominante ha precedido siempre, como realidad histórica, a las clases dominadas; el dominador ha querido dominar)
El transfeminismo está innovando más allá del feminismo que hasta ahora hemos conocido (y todas las innovaciones producen desconfianzas y precauciones), porque sabe algo que éste no sabía, y que le hacía quedar dentro de la misma concepción binarista, perjudicándose especialmente en su relación con los conjuntos difusos más o menos masculinos. Pero el feminismo intuía desde luego este no-binarismo, especialmente cuando en una fecha concreta, y en una reunión estatal masiva, Madrid, 1993, abrió las puertas lógica y fascinadamente al conjunto difuso de las transexuales feminizantes, que aún no sabíamos tampoco lo que significábamos en el movimiento de liberación de género, entendido como conjunto.
En este proceso de liberación de género, empezado, conceptuado y mayorizado por las difusas mujeres (esta última distinción sobre las mayorías es fundamental, por cuanto políticamente tiene el valor permanente que se puede suponer), podemos contemplar a la vez un sujeto único, los dominados, y múltiple, las diversas categorías y subcategorías de personas dominadas, de las que las inmensas pero muy minoritarias variantes de las trans hemos sido lo suficiente radicales y audaces como para llegar a poner nuestro prefijo trans en la inmensa construcción del feminismo.
Es posible, por tanto, distinguir entre dos planos necesarios del feminismo. el político fundamental y el sindical. El primero es el que se ve como “el” movimiento de liberación de género, con una historia y unas relaciones de fuerzas internas determinadas, mayorítarias y minoritarias, no determinadas por ningún determinismo. sino por la libre conciencia y la voluntad humana. El segundo es el que defiende los intereses específicos de los sujetos políticos, uno o muchos, que puedan emerger como mujeres difusas (incluidas algunas trans), situado entre muchos otros movimientos sectoriales, específicamente GLBT. Todos estos segmentos del único movimiento de liberación de género, mayorizado por las mujeres difusas, están concertando alianzas muy variables. Ésta será la dinámica política del futuro transfeminismo, en el plano fundamental de la liberación de género.
¿Cuál es entonces el futuro del feminismo, cuando en nuestras sociedades están cambiando las mentalidades y las leyes y todo ello está sostenido por un proceso tecnoeconómico infraestructural en la que la forma del trabajo, centrada en la informática, asegura una igualdad de oportunidades para las mujeres difusas y para trans difusas, intersex difusas, etc, y por tanto el mantenimiento social de nuestros derechos?
Distinguiendo entre los dos planos de los que vengo hablando, es fácil ver que en el sindical o corporativo, al feminismo, tornándose transfeminismo, le toca la gestión de la igualdad conseguida y la consecución de nuevas formas, fácilmente objetivables, en los mil problemas cotidianos.
En el plano de la liberación de género, al transfeminismo le toca terminar con cualquier entendimiento del género como código penal, como imposición y asignación con la que nos encontramos al nacer, y en particular con su concepción binarista como dos únicas posiciones vitales que encubren una voluntad de dominación.
El transfeminismo puede advertir en particular que, al no haber comprendido el feminismo en su fase clásica o en su segunda ola esta relación de la dominación patriarcalista con el binarismo, encontrará más difícil eliminarla en tanto lo mantenga. Dicho muy claro: el enfrentamiento binarista entre “mujeres” y “hombres” mantiene las formas de la dominación.
Frente a este problema, el no-binarismo es la experiencia del deshacimiento de las barreras de género y por tanto de la forma conceptual de la dominación. La noción de lo difuso deshace los dos círculos, el del encierro voluntario y gustoso de los dominadores, lo mismo que el forzado de los dominados. Los seres humanos se encuentran entonces libres de las barreras de género, emancipados del código de género, como quien vaga por un jardín nuevo que quizás le desconcierta. En este momento, se individualizan, se subjetivan. Cada cual descubre que yo soy yo, y que ser yo es mi única ley. En este momento, hay tantos géneros como personas, o muchos más, puesto que cada persona puede evolucionar en el entendimiento de su subjetividad.
En el siguiente momento, las personas podemos unirnos por afinidades voluntarias, que en materia sexual, hacen de los géneros conjuntos voluntarios y difusos, el femenino difuso y el masculino difuso, desde luego, y también los conjuntos trans difusos, intersex difusos y todo lo que podamos descubrir en nuestro interior y en el exterior.
La forma del género, sostenida por un código penal, queda atrás, definitivamente, y se ve sustituida por conjuntos difusos y libres, cuya formación, transformación y deshacimiento queda decidida por personas subjetivadas y unidas voluntariamente.
Ésta es la tarea del feminismo, convertido en su fase postclásica o en su tercera ola en transfeminismo.